9.2.09

Sexo y cinefilia



Se ve que el departamento de promoción de Cuatro está en forma. Tras las recientes promos retronostálgicas de la nueva temporada de House, donde homenajeaban series mitificadas en la memoria de todo seriéfilo ochentoso de pro como El equipo A, El coche fantástico o Dallas, ahora avanzan el próximo estreno de la tercera temporada de la serie nacional que mejor le está funcionando, Cuestión de sexo, haciendo un guiño cómplice generacional al sector social y de edad que mayoritariamente sigue la serie, parodiando, recreando alguna de las más recordadas escenas erótico-festivas del cine de los últimos tiempos, vivas y reconocibles en la calenturienta mente de cualquier aficionado.
Así, interpretadas por el elenco actoral de la propia serie (Guillermo Toledo, Gorka Otxoa, Pilar Castro, María Ruiz, Ana Fernández, entre otros...), vemos remakeadas algunas escenas memorables, como la del torno alfarero de Ghost, el orgasmo simulado y gritón de Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally, el polvo en la mesa harinada de El cartero siempre llama dos veces, el juegueteo frutal de 9 semanas y media, el volcánico encuentro de Pe y Javier Bardem en el bar de Jamón Jamón o el striptease, serpiente al hombro, de Salma Hayek en Abierto hasta el amanecer.

El resultado es potente, divertido e ingenioso, desde luego.

Kayegeros



Gracias a su proverbial olfato para otear los espumosos devaneos de la actualidad, el Follonero volvió a dar en el clavo en su último programa de Salvados. Mientras muchos ojos escudriñaban la desinflada y cansina gala de entrega de los premios Goya en la 1, Evole tenía a su disposición al que iba a convertirse en unos de los descubrimientos de la noche, gracias a recibir los premios de mejor actor revelación y mejor canción original, El Langui, cantante y alma máter del grupo de hip-hop La Excepción y protagonista de uno de los largos más alabados de la temporada, El truco del manco.

Tras haberse reido un rato a costa del cine español y sus premios, apatruyoyando la ciudad junto al Yoyas, la actriz porno Anastasia Mayo y el goyizado José Corbacho (que se trajo su estatuilla cabezona de casa, para más cachondeo), visitando un videoclub de Hospitalet para confirmar que se alquila casi tanto más cine X que convencional en este país nuestro, el Follonero se desplazó hasta el barrio madrileño de Pan Bendito, cuna de El Langui y la troupe de su banda, para marcarse una desternillante y lúcida parodia del estilo enfático-comprometido propio de las piezas del docu-show estrella de la competencia, Callejeros.

Titulado Kayegeros (será por los efectos de la ESO y la tele entre la chavalería de barrio), con el concurso cómplice y entregado de un Langui en vena, Evole se rió un rato del estilo buenrollista y sentimentaloide de su referente, así como de su dinamismo impostado y de su recurso a la espectacularización para denunciar la situación de zonas o colectivos marginales, como bien pudiera haber sido el caso de ese barrio de Pan Bendito donde reina El Langui a lomos de su silla de ruedas motorizada.

Cuando la metatelevisión autoparódica empezaba a ser un género trillado y facilón, el Follonero ha logrado aunar la diversión con la lucidez analítica necesaria para dejar en evidencia los entramados conceptuales y los mimbres narrativos y visuales de determinados productos en boga.

Hasta los hippies ven la tele



La publicidad descubrió hace ya tiempo el poder de la parodia desprejuiciada, la vaselina del humor distanciador como elemento clave para la conexión con el público, como lubricante para desactivar sus resabios displicentes. Con cachondeo y risas, la intencionalidad y el mensaje del spot llegan mejor al espectador, permanecen más duraderamente en su castigada y saturada retina.

El nuevo spot de la plataforma por satélite Digital + (en horas bajas por la guerra del fútbol y los problemas empresariales de PRISA) busca la asimilación de contrarios con intención paródica y metafórica al retratar como potenciales abonados del canal y consumidores de tele a un grupo de caricaturizados hippies. Segura de su capacidad de penetración y seducción, incluso en los paisajes más aparentemente refractarios a sus embelecos, la publicidad se ríe de quien a ella pudiera oponerse e intenta homogeneizar bajo el poder de su discurso a los que fueran representantes de una mentalidad contracultural, alternativa y anticonsumista, retratando con grueso trazo paródico sus tics externos y desactivando su (menguada)resistencia. Ya no quedan hippies, pues fueron subsumidos y asimilados por la multiforme sociedad postcapitalista, desactivados sus presupuestos libertarios y antisistema, pero si quedarán -viene a decirnos el spot- no resistirían la pulsión consumista y teleadicta y se abonarían a la plataforma digital.

2.2.09

Llamádme, que voy en bikini

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No hace mucho tiempo nos causaba extrañeza e hilaridad la contemplación de metereólogas catódicas en topless o presentadoras televisivas en paños menores, recojidas en lejanos canales de televisión de exóticos países extranjeros, importadas y emitidas en programas de zapping de corte humorístico provocando el general choteo y asombro.
Pues bien, ya no se puede decir que eso no pasa en nuestro país, ya que la otra noche encontramos algo similar en uno de esos interminables timoconcursos de call tv, que asolan las madrugadas de nuestras cadenas generalistas, concretamente en el que emite una cadena tan pretendidamente joven, progresista y modernilla como La Sexta.
Frente a la ausencia de ideas o el agotamiento de la inventiva, siempre había venido siendo un buen remedio el empleo del consabido cebo del reclamo erótico: una moza de buen ver ligerita de ropa o un buen escote en primer plano nunca han dejado de ser infalibles e inmarchitables recursos para fijar la distraída atención del telespectador despistado, especialmente en estos casposos concursos de llamadas telefónicas que habitualmente colocan en pantalla jóvenes (chicas, principalmente) de agraciado físico, siendo éste uno de sus elementos definitorios junto a la hiperintensiva e insistente interpelación directa al potencial cliente-espectador de que hacen gala o la obligatoriedad de una incansable locuacidad enfática por parte del conductor, a fin de rellenar la gran cantidad de espacio sin contenido que ocupan en la parrila. Pero nunca habíamos llegado por estos pagos a semejante despelote catódico, a una tal banalización y desvalorización del cuerpo femenino y de la dignidad de la mujer, convertida en mero soporte publicitario, en sexualizado relleno televisivo e imán para la captación de la mirada rijosa del zapeador televisivo nocturno.
En fin, agradezcamos que nuestras queridas cadenas no descansan en pos de importar a nuestro país los mejores avances y las más arriesgadas propuestas de las televisiones de otras latitudes.

Fraga 2.0

El Papa en Youtube

Nacida como plataforma democratizadora del acceso a la producción audiovisual, cauce y flujo de la inversión de vertical a horizontal y capilar del tráfico cinematográfico en la red, Youtube va evolucionando, a pasos agigantados, hacia la institucionalización y la sectorialización, paralelamente a su asimilación de los códigos propios de la socialización online en boga.
Así pues, cada vez es más frecuente el usufructo de dicha web por parte de productoras cinematográficas o televisivas, entidades, instituciones, etc... para el lanzamiento y difusión de productos y mensajes mediáticos diversos.
Una de las últimas instituciones en sumarse a esta tendencia ha sido la Iglesia católica, quien acaba de anunciar la apertura de un canal propio en Youtube donde difundirá noticias referidas a la actividad del Papa Benedicto XVI, así como sus intervenciones públicas, alocuciones o mensajes de diversa índole.

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Pese a su dilatado y profuso bagaje iconodúlico y su demostrada querencia por el empleo de una acrisolada iconografía e imaginería artística a lo largo de siglos, parecía la Iglesia católica remisa a esta inmersión tecnofílica obligada por los tiempos, especialmente si comparamos su comportamiento con el de otras confesiones religiosas anglosajonas duchas en la utilización del poder masivo del medio televisivo (estoy pensando en los evangelistas, en sus múltiples formulaciones eclesiales), considerándola, seguramente, como una banalización y frivolización del dogma, como una rendición desconstituyente ante los requerimientos coyunturales de una sociedad cuya hipertecnificación e inflación mediática discurre pareja a su galopante secularización, a la pérdida de cotización social de toda idea de trascendencia metafísica.

La coronación de Obama

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De la conmovedora liturgia y auténtica emoción histórica que rodeó el Inauguration Day o toma de posesión de Barack Obama como 44º presidente de los EE.UU, rica en escenas de alta densidad simbólica y fuerte
carga sentimental, especialmente para la minoría negra, es difícl destacar algún elemento de unos actos puntual y minuciosamente reflejados por los medios de comunicación en directo, ya sea en televisión u online.
A nivel técnico, resultaron curiosos y sugerentes algunos experimentos realizados gracias a la asociación entre CNN y Facebook, lo cual permitió aunar el seguimiento online de la ceremonia con la exponencial proliferación de comentarios propia de la red social. Tampoco fueron desdeñables las aportaciones de Google Earth y Goole Eye, quienes, apoyándose en sus posibilidades cartográficas a escala global, ofrecieron asombrosas istantáneas cenitales de la muchedumbre agolpada en el Lincoln Center y alrededores.

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Más allá del sacro momento de la unción bajo juramento ante la Biblia o del vibrante pero austero y responsable discurso del recién electo presidente, destacó con luz propia el momento de la apertura del llamado Neighborhood Ball, el baile de inauguración de la estancia del matrimonio Obama en la Casa Blanca, cristalización del espíritu y sentido de toda la jornada.
Enmarcados/coronados por un círculo cenital de luz cuyo haz dota a la escena de un hálito mágico-religioso que la emparenta con la Anunciación (la buena Nueva) al reflejarse en el pulido suelo de la sala, catalizadores de la máxima atención mediática (la cima del mundo) momentos antes de comenzar a bailar a ritmo de la voz de Beyoncé en una escena que recuerda los bailes de apertura de banquete nupcial (la del presidente con todos los ciudadanos), los Obama parecen alcanzar, en unión, un momento extático, mágico, verdadero signo de su coronación global como primera pareja, como sumos mediums en los que el Poder se acaba de encarnar.


Vigencia de Marilyn

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El canon estético fijado hace casi 50 años por Marilyn Monroe en Hollywood sigue resultando operativo en el hipersaturado ecosistema icónico de la sociedad aftermedia, como podemos comprobar en el reciclaje reapropiador del que se vale la campaña publicitaria para la nueva línea de cosmética de la firma Dolce & Gabanna, protagonizada por la actriz Scarlett Johansson, clara re-encarnación de la línea marilyn en el cine norteamericano actual.
La rotundidad carnal, su enfatizada y cálida candidez, el contraste entre el percutiente lipstick rouge y la lechosa y nívea piel y el artificioso rubio tenido del pelo propios de Norma Jean siguen demostrando su prestancia carismática, su valor de uso iconológico, aunque tamizados y centrifugados por la sobreposición de posteriores variaciones sobre el mismo tema, especialmente aquella versión sexualizada y algo trash, con externalización de la ropa interior incluida cortesía de Gaultier, que fuera una de las mutantes reformulaciones de la ambición rubia.

Cheney, un villano a lo Capra

Irremediablemente contaminados como estamos por la cinefilia y la saturación icónica de nuestra época, no es extraño que afrontemos y decodifiquemos todo acontecimiento histórico transmitido y narrado por los medios de comunicación con las categorías propias de todo relato. En los fastos de la investidura de Obama como presidente de los EE.UU., de por sí connotada y acompañada por una corriente emocional y un pathos de raigambre claramente capriana, llamó la atención el papel reservado en la misma al vicepresidente de la Administración saliente, Richard Cheney, verdadero cerebro y hombre fuerte de la camarilla neocon que llevó las riendas de la superpotencia durante dos legislaturas.

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Obligado a servirse de una silla de ruedas para sus desplazamientos, Cheney jugó un evidente y marcado papel de villano perdedor en la función global del Inauguration Day, convertido en auténtica dúplica aftermedia de aquel inolvidable Míster Potter que encarnara Lionel Barrymore.
Ya decía Hitchcock que la calidad de un film dependía en proporción directa de la altura de su malvado, norma que en el evento multimedia de la toma de posesión de Obama se cumplió ajustadamente.


El parlamento duplicado

Sigue imparable la consolidación de ese parlamento duplicado, de ese hemiciclo catódico que es Tengo una pregunta para usted, cuya última emisión y segunda comparecencia en él del presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero ha sido un gran éxito de audiencia y repercusión socio-político-mediática.
Su formato de multientrevista y fiscalización popular en directo del líder político va arraigando en la cultura audiovisual patria, convirtiéndose en un nuevo y profundo paso (tras su condicionada y eclipsada participación en los debates electorales pasados) en la postergación y (virtual) eliminación de la labor mediadora del periodista profesional, convertido en poco más que un gris anfitrión, muy en línea con el auge del llamado periodismo ciudadano y de la emergencia del hombre común como protagonista mediático, epicentro del flujo comunicacional.

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El programa sigue encontrando, además, sus mejores bazas en la acertada labor telegénica y sociométrica de sus procesos de casting, individualizando y dotando de connotación diferenciada a esos nuevos héroes anónimos que protagonizan el programa metemorfoseándose, siquiera por un día, en agresivos líderes de la oposición o en avezados entrevistadores, convetidos en protagonistas mediáticos gracias a la obtención de una efervescente aunque efímera celebridad, gracias a la sinérgica extensión de su impacto y emergencia catódica que proporciona la derivación y prolongación de lo ocurrido en el plató a otros programas, informativos o no, de la casa. Si en la anterior comparecencia de Zapatero destacó aquel ciudadano que le demandó el precio de un café en la calle, poniendo en evidencia la disintonía con el latido de la calle que conlleva todo síndrome de La Moncloa, en esta última emisión destacaron, entre otros, la prestancia carismática y la intrepidez de Izaskun, una resuelta joven con Síndrome de Down que le reclamó un empleo en representación del colectivo de discapacitados o la pregunta de un joven traductor inquiriéndole acerca de la flagrante contradicción que existe entre la pública postura propalestina de su acción política y la venta de armas al gobierno israelí. Ante preguntas de este tenor, cada vez menos frecuente en el acotado e hipercodificado terreno de la información política profesionalizada, el espectador pudo disfrutar de los apuros y agobios de todo un presidente del Gobierno ante la (quintaesenciada) opinión pública que representaban esos héroes anónimos reclutados para el programa, sin mediación ni muleta escenográfica alguna, excepción hecha de los requisitos propios del formato, pudiendo indentificarse tanto con sus cuitas como con el resuelto comportamiento de sus representantes.

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Así pues, un triunfo de la desintermediación informativa en directo, una alquímica escenificación de la fiscalización democrática del actor político, un importante avance de esta duplicación y solapamiento institucional en el imaginario colectivo popular que supone esta Cámara de los Comunes catódica.



La escaramuza de los coros

Algunas apuestas televisivas llevan en su seno el germen del fracaso, la anticipación de su fallida recepción por el público, dada su errada concepción y su bizarra idiosincrasia. Eso es lo que ha sucedido con el -last but not least- último intento de reality de importación emitido por Cuatro, La batalla de los coros, concluido apresuradamente y retirado de la parrilla tras la celebración de una anticipada final, cuando cabe dudar de que el público, dada su escasa audiencia, supiera siquiera de su existencia.

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Híbrido de talent show, reality y concurso, la fórmula se basaba en la competencia entre coros musicales formados por aspirantes a artistas/cantantes/músicos reclutados en las calles de varias ciudades españolas, capitaneados y jaleados por cinco celebrities dispuestas a ofrecer su capital simbólico (fama y popularidad) en apoyo de sus patrocinados (dos ex-triunfitos como Manu Tenorio y Soraya; tres músicos de muy diversa índole: Marta Sánchez, Lolita y Mikel Erentxun).
Además de que su andamiaje conceptual basado en un tipo de música de ascendencia anglosajona y escasa raigambre y tradición en nuestro país (el godspel o la música coral soul, instrumentalizadas bizarramente aquí como soporte para el más sobado pop rock, en busca de la fácil recepción popular), hacía pensar en un sonado naufragio, tal y como su escaso predicamento entre el público se encargó de confirmar tras escasas emisiones, el confusionismo vocinglero y la indefinición han sido las constantes rémoras que le han conducido a un seguro descalabro.


Ante un público resabiado y versado en los mecanismos de la telerrealidad en boga, La batalla de los coros ni facilitaba la conexión/identificación con ninguno de sus personajes/concursantes ni se tomó el tiempo previo necesario para la familiarización del público potencial con sus criaturas (esos castings previos que anteceden a la emisión de todo reality con voluntad de éxito como Fama, OT o Factor X), orillando las individualidades en beneficio de unas identidades grupales indiferenciables, dentro de un confuso y altisonante guirigay que intentaba conducir sin éxito un desorientado Josep Lobató, que suma un nuevo fracaso que le acerca al liderazgo dentro del ranking de gafes catódicos patrios.
Así que, en lugar de grandiosa batalla, la propuesta se quedo en efímera y fallida escaramuza.

A solas con Soraya

La postpolítica actual vive inmersa en el personalismo, en una egotización galopante que convierte a sus hiperprofesionalizados actores en personajes en constante competencia por la visibilidad frente a los demás seres del ecosistema mediasférico. Ante la creciente indeferenciación e hibridación de las ofertas políticas, ante la decreciente importancia de las grandes categorías histórico-ideológicas, la política se disputa en el terreno de la imagen, en el teatro de la seducción mercadotécnica y visual, a través los medios, principalmente de la televisión y la red. No contento con los datos que ofrece su adscripción partidaria o su taxonomización ideológica, el consumidor-elector quiere saber más datos de la intimidad del político, aquello que constituye su privacidad y construye su personalidad: aficiones, inquietudes, gustos, comportamientos, relaciones, etc... Un territorio habitualmente en sombra que, paralelamente a la expansión de la tendencia actual hacia la hipervisibilidad postmediática (en sintonía con la exacerbación escópica del espectador), va siendo crecientemente colonizado por la mirada escrutadora del sistema mediático.

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Si bien la exposición pública a través de los medios del animal político había quedado habitualmente constreñida y circunscrita a la mediación de los formatos concebidos a tal efecto (informativos, debates, entrevistas, ruedas de prensa, comunicados públicos, etc...) la creciente tendencia a la hibridación y a la contaminación mimética entre los diversos géneros periodísticos va consiguiendo, poco a poco, junto a la referida privatización y personalización de la vida política, el sometimiento del político a códigos ajenos, como aquellos propios de la información rosa, el magazine o la fotografía de moda.
Las fotografías de la joven portavoz parlamentaria del PP, Soraya Saénz de Santamaría, suculenta guarnición de una extensa e intimista entrevista en las páginas del suplemento dominical del periódico El Mundo, suponen la aplicación de códigos y estilos propios de frívolos posados en revistas femeninas y de moda (sin llegar a los de las masculinas y eróticas, de momento). En la quietud transitoria y libre de una habitación de hotel, territorio mítico de la ensoñación adúltera o de la libertad desterritorializada del viajero, Soraya posa sugerente y lángida en una ligera combinación negra que deja desnudas sus piernas, mirando desafiante y seductora a la cámara, convertida en (evidente pero pretendidamente efectiva) sinécdoque humana del aligeramiento juvenil, del aggiornamiento filocentrista propiciado y comandado por Rajoy tras el último fracaso electoral de su partido.

The death of George W. Bush

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Tras los efluvios paroxísticos y las connotaciones de magno acontecimiento histórico que rodearon a la toma de posesión de Obama como nuevo presidente de los EE.UU, más allá de la la ubicuidad omnipresente de la hipertrofiada cobertura televisiva global, las innovaciones tecnológicas que aprovecharon la fecha para ver la luz (especialmente, el tráfico de videos en directo online o la convergencia entre CNN y Facebook durante la cobertura de la ceremonia) o los detalles rosas y personalistas que especian todo evento de estas características en su reflejo mediático, me gustaría deternerme en un aspecto del tratamiento informativo dado en la televisión española, concretamente en Cuatro, durante esos días de la pasada semana que no he visto convenientemente comentados en ningún medio de comunicación y que me llamó fuertemente la atención.

En la madrugada anterior al día del Inauguration Day, como guarnición complementaria al menú informativo del evento, de manera aparentemente coherente con el nervio informativo del momento y sin reparar en su significado, la cadena generalista de PRISA ofreció Muerte de un presidente, falso documental de política-ficción que fantasea con la recreación de un (nunca sucedido) magnicidio contra la persona del presidente de los EE.UU., George W. Bush, apoyado en los elementos narrativos y estéticos propios del género documental, salvo porque se basa en un hecho que no ha tenido lugar en la realidad en que pretende referenciarse.
Insertado indeferenciadamente en la parrilla de la cadena. flanquedo por su rigurosa y profesional cobertura informativa del acontecimiento apoyada en su (obvia) sinergia con el despliegue técnico y humano de su hermana CNN+, el documental venía a equipararse en cuanto a nivel de veridicción y status jerárquico informativo con el seguimiento informativo de los hechos, convirtiéndose además en un apéndice editorializante a modo de metafórico desideratum de la propia cadena y de la empresa que la sustenta (la muerte política de Bush se convierte en muerte violenta y real en el imaginario del espectador), induciendo al confusionismo del espectador poco atento y versado en determinadas tácticas.

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Un paso peligroso y escasamente detectado que contaminó el notable nivel de la cobertura mediática patria, mezclando realidad real con otra (falsamente) documentalizada, sentando un dudoso precedente que tuvo una cierta continuación, sin llegar a esos límites, en el comportamiento del Ente público RTVE al emitir (y estrenar en España, puesto que el film aún no ha sido proyectado en salas cinematográficas) W.,el film que ha dirigido Oliver Stone retratando, no muy favorablemente, al presidente saliente, G.W. Bush, y a sus más estrechos colaboradores, así como en la dedicación del espacio documental y cultural, La noche temática, al magnicidio de Dallas en que halló la muerte el presidente Kennedy, jugando de nuevo con el fantasma del asesinato político y el complot desestabilizador, máxime cuando ha sido frecuente el empleo de paralelismos entre las figuras de aquel presidente y el recién electo Obama.
En fin, que sólo faltó la emisión de un maratón intensivo de la serie 24 con las andanzaS del (éste sí) primer presidente negro del planeta, David Palmer.

La multipantalla se desborda

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La bidimensionalidad de la pantalla catódica ya no resulta suficiente en esta época postelevisiva, se desborda y crece en relieve ante los ojos del espectador, saturándose de signos yustapuestos o solapados acumulativamente para ofrecer al receptor la mayor cantidad de información posible y conjurar el fantasma neobarroco del horror vacui, reproduciendo la omnipresente y polifragmentada pantalla online del PC, propia de esta era multitask: además de la consabida mosca que otorga anclaje identificatorio a la cadena-marca y la hora que certifica la simultaneidad de la acción con el espectador, entronizando el directo como tiempo televisivo por antonomasia (live), la pantalla se rellena e historia con pop-up publicitarios, reclamos anticipatorios de otros productos de la parrilla de la cadena (el estreno de una serie de ficción nacional, en este caso) o rótulos insertos que proliferan exponencialmente y se renuevan intermitente, reclamando la sin tregua la atención multiforme del espectador, remitiéndole a la web de la cadena (y a la socialización participativa o parrilla customizada a la carta a la que en ella puede acceder) o informándole de los números de teléfono o apócopes para SMS, necesaria herramienta para dar cauce a su participación interactiva con lo aconteciente en pantalla.
Paradójica y paralelamente, el sustrato principal de la imagen, es decir, el combate dialéctico referido a un tema de actualidad, sección del recauchutado Está pasando para las sobremesas de Tele 5, ve reducida, fracturada, sepultada y jibarizada su presencia icónica, desplazada su centralidad y menoscabada su visibilidad, obligado a batirse (casi) en retirada frente al soberbio imperialismo de la sobreinformación gráfica a que se ve sometida la pantalla.

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Espartaco sería del BNG

Hoy el poder político busca la emocionalidad, la comunión sinérgica con la gente, alcanzando para ello, incluso, la unión de contrarios: la puesta en escena de una sentimentalidad anti-sistema pese al desempeño de una (obvia) posición de dominio, consustancial a la detentación del Poder. Asimismo, mientras antes el actor político debía someterse a la mediación periodística institucionalizada (medios y formatos), ahora se erije en autor-narrador de su propio relato audiovisual, difundiéndolo por los multidireccionales canales que ofrece internet, ya sean webs, blogs o redes sociales.
En un reciente video realizado por el Bloque Nacionalista Galego (BNG) con motivo de la pre-campaña electoral gallega, su candidato (y vicepresidente la pasada legislatura de la Xunta de Galicia, en coalición con el PSOE de Pérez Touriño) Anxo Quintana se nos muestra como un moderno Espartaco, en una escena-sketch que samplea/parodia/homenajea la famosa del film rodado por Kubrick en 1961, apropiándose de ella con finalidad publicitaria.


Pese a detentar las más altas cotas de poder ejecutivo en su Comunidad Autónoma, el líder independentista se reviste de los ropajes antimperialistas y ruralistas del famoso esclavo, capitalizando el espíritu justiciero y el halo redentorista y revolucionario del mismo, quedando, sin embargo, más cercano del garrulismo celta de un Axtérix, y personalizando victimistamente todos los males de su pueblo en ese Estado español encarnado por un centurión romano, pese a ser el mismo parte de dicho Estado, fuente legitimadora del cargo que ejerce en la Xunta.
De la misma manera, el pathos comunitarista, gregarista a lo Fuenteovejuna, que rezuma la escena del film sirve aquí para vehicular la deseada fusión identitarista del espíritu del Pueblo, unitario y cristalizado, con los avatares de su líder carismático, héroe que corporeiza los deseos y anhelos de toda la comunidad étnica, así como para ejemplificar la mutua disolución de responsabilidad entre el Pueblo y su Jefe natural. Todo ello, además, referenciado a un arcádico estadio previo a la uniformización igualitarista de la Modernidad, (re)construido paraíso perdido que todo buen nacionalista siempre anhela reedificar pese a que solamente existió en el territorio de su imaginación.

Dios coje el bus

Siglos de guerras y querellas filosóficas en torno a la existencia de Dios hipercondensadas en un slogan publicitario, en un escueto claim, inserto en el espacio publicitario de un autobús urbano. La prolijidad expositiva, la densidad logicista, la temática hard dejan paso ahora a la concisión simplificadora, al lacónico reclamo proselitista, a la levedad pro-identificativa. Pero ni siquiera de un formato tan soft se está del todo seguro, hay que inocularle el virus de la duda, de la sospecha: maybe, probablemente. Cualquier afirmación totalizadora, cualquier atisbo de solidez y veridicción debe inmediatamente contrarrestarse con la posibilidad de lo contrario, con la hegemonía de la equidistancia entre extremos y el principio de contradicción. Incluso lo Absoluto debe ser matizado, socavado, licuado, puesto en entredicho.

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El ateo busca así una visibilidad pública para su dogma, pero incapaz siguiera de afirmarlo con rotundidad, sucumbe irremediablemente ante la tradición iconográfica y el poder simbólico de la religión, especialmente en un país como España. La pobreza de la traslación visual del mensaje, propia de la aicónica mentalidad protestante de donde proviene, se ve obligada a hacerse acompañar del fácilmente asumible llamamiento al goce hedonista y desprejuiciado, de fácil conexión popular y clara inmenrsión en el zeitgeist del momento.

Asimismo, la lógica expansiva del hiperconsumo, la turbo-colonización publicitaria omnipresente sigue avanzando, asimilando y formateando bajo su lógica aquellos no-lugares lábiles, fluidos, inestables donde el hombre actual pasa gran parte de su postemporalidad, de su existencia y transitorialidad after y/o inter, convirtiendo su devenir, su deambular cotidiano en un continuo comercializado non-stop.