2.2.09

A solas con Soraya

La postpolítica actual vive inmersa en el personalismo, en una egotización galopante que convierte a sus hiperprofesionalizados actores en personajes en constante competencia por la visibilidad frente a los demás seres del ecosistema mediasférico. Ante la creciente indeferenciación e hibridación de las ofertas políticas, ante la decreciente importancia de las grandes categorías histórico-ideológicas, la política se disputa en el terreno de la imagen, en el teatro de la seducción mercadotécnica y visual, a través los medios, principalmente de la televisión y la red. No contento con los datos que ofrece su adscripción partidaria o su taxonomización ideológica, el consumidor-elector quiere saber más datos de la intimidad del político, aquello que constituye su privacidad y construye su personalidad: aficiones, inquietudes, gustos, comportamientos, relaciones, etc... Un territorio habitualmente en sombra que, paralelamente a la expansión de la tendencia actual hacia la hipervisibilidad postmediática (en sintonía con la exacerbación escópica del espectador), va siendo crecientemente colonizado por la mirada escrutadora del sistema mediático.

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Si bien la exposición pública a través de los medios del animal político había quedado habitualmente constreñida y circunscrita a la mediación de los formatos concebidos a tal efecto (informativos, debates, entrevistas, ruedas de prensa, comunicados públicos, etc...) la creciente tendencia a la hibridación y a la contaminación mimética entre los diversos géneros periodísticos va consiguiendo, poco a poco, junto a la referida privatización y personalización de la vida política, el sometimiento del político a códigos ajenos, como aquellos propios de la información rosa, el magazine o la fotografía de moda.
Las fotografías de la joven portavoz parlamentaria del PP, Soraya Saénz de Santamaría, suculenta guarnición de una extensa e intimista entrevista en las páginas del suplemento dominical del periódico El Mundo, suponen la aplicación de códigos y estilos propios de frívolos posados en revistas femeninas y de moda (sin llegar a los de las masculinas y eróticas, de momento). En la quietud transitoria y libre de una habitación de hotel, territorio mítico de la ensoñación adúltera o de la libertad desterritorializada del viajero, Soraya posa sugerente y lángida en una ligera combinación negra que deja desnudas sus piernas, mirando desafiante y seductora a la cámara, convertida en (evidente pero pretendidamente efectiva) sinécdoque humana del aligeramiento juvenil, del aggiornamiento filocentrista propiciado y comandado por Rajoy tras el último fracaso electoral de su partido.

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