El ateo busca así una visibilidad pública para su dogma, pero incapaz siguiera de afirmarlo con rotundidad, sucumbe irremediablemente ante la tradición iconográfica y el poder simbólico de la religión, especialmente en un país como España. La pobreza de la traslación visual del mensaje, propia de la aicónica mentalidad protestante de donde proviene, se ve obligada a hacerse acompañar del fácilmente asumible llamamiento al goce hedonista y desprejuiciado, de fácil conexión popular y clara inmenrsión en el zeitgeist del momento.
Asimismo, la lógica expansiva del hiperconsumo, la turbo-colonización publicitaria omnipresente sigue avanzando, asimilando y formateando bajo su lógica aquellos no-lugares lábiles, fluidos, inestables donde el hombre actual pasa gran parte de su postemporalidad, de su existencia y transitorialidad after y/o inter, convirtiendo su devenir, su deambular cotidiano en un continuo comercializado non-stop.
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